Chiloé: La isla de las leyendas, los colores y los sabores que me robaron el corazón
- Camila Rojas
- 11 feb
- 3 Min. de lectura
Existen

Existen lugares que te llegan al alma, y Chiloé es uno de ellos. Esta isla, ubicada en el sur de Chile, es un mundo aparte, lleno de mitos, tradiciones y paisajes que parecen sacados de un cuento. Desde que llegué por primera vez, supe que Chiloé no era un destino más en mi lista de viajes, sino un lugar al que siempre querría volver.
Hoy quiero compartir contigo por qué esta isla, con sus palafitos, iglesias de madera y leyendas, se convirtió en uno de mis rincones favoritos de Chile.
Llegando a Chiloé: Un viaje en ferry y un cambio de ritmo
Mi aventura en Chiloé comenzó con un viaje en ferry desde Pargua, en la región de Los Lagos. Mientras el barco se deslizaba por las aguas del canal de Chacao, sentí cómo el ritmo de la vida comenzaba a cambiar. El aire fresco, el sonido de las gaviotas y la vista de las colinas verdes de la isla me dieron la bienvenida a un lugar donde el tiempo parece correr más lento.
Al llegar, lo primero que me llamó la atención fueron los palafitos, esas coloridas casas construidas sobre pilotes en el agua. En Castro, la capital de la isla, me alojé en un hostal con vista a la bahía. Cada mañana, despertaba con el sonido de las olas y el aroma a mar que entraba por la ventana. Era como si la isla me estuviera diciendo: "Relájate, estás en Chiloé".
Las iglesias de madera: Patrimonio de la humanidad
Uno de los símbolos más emblemáticos de Chiloé son sus iglesias de madera, declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Durante mi viaje, visité varias de ellas, pero la que más me impactó fue la Iglesia de San Francisco en Castro.
Su estructura de madera, pintada de un vibrante color amarillo, es impresionante. Al entrar, me sorprendió la calidez y la sencillez del interior. Me senté en uno de los bancos y cerré los ojos, imaginando todas las historias que esas paredes habían escuchado a lo largo de los años.
El curanto: Una experiencia culinaria inolvidable
Si hay algo que no puedes dejar de probar en Chiloé, es el curanto. Este plato tradicional se prepara en un hoyo en la tierra, donde se cocinan mariscos, carnes, papas y chapaleles (una masa de papa y harina) sobre piedras calientes.
Tuve la suerte de participar en la preparación de un curanto en una casa local. La dueña, doña Marta, me enseñó cómo colocar las hojas de nalca sobre los ingredientes y cómo cubrirlo todo con tierra para que se cocine lentamente.
Cuando finalmente abrimos el curanto, el aroma que salió fue indescriptible. Nos sentamos alrededor de la mesa y compartimos esa comida deliciosa, acompañada de un buen vaso de chicha de manzana. Fue una experiencia culinaria que no solo llenó mi estómago, sino también mi corazón.
Las leyendas chilotas: Mitos que cobran vida
Chiloé es una isla llena de mitos y leyendas que forman parte de su identidad. Una noche, mientras caminaba por las calles de Ancud, me uní a un grupo de lugareños que estaban compartiendo historias junto a una fogata.
Allí escuché por primera vez sobre el Caleuche, el barco fantasma que navega por las aguas de la isla, y sobre el Trauco, un ser mítico que habita en los bosques. Esas historias, contadas con pasión y misterio, me hicieron sentir como si las leyendas cobraran vida ante mis ojos.
Los mercados y ferias artesanales: Colores y tradiciones
Uno de mis momentos favoritos en Chiloé fue visitar los mercados y ferias artesanales. En Dalcahue, por ejemplo, hay un mercado donde los artesanos locales venden sus productos: desde tejidos de lana hasta joyas hechas con madera de la isla.
Compré un chaleco tejido a mano que se convirtió en mi prenda favorita para las noches frías. Pero más que las compras, lo que más disfruté fue conversar con los artesanos, quienes me contaron sobre las técnicas tradicionales que han pasado de generación en generación.
Reflexiones de una viajera en Chiloé
Chiloé no es solo un lugar, es una experiencia que te envuelve con su magia y su autenticidad. Cada rincón de la isla tiene algo que ofrecer: ya sea un paisaje impresionante, una historia fascinante o un plato delicioso. Pero lo que más me llevé de Chiloé fue la calidez de su gente.
En cada lugar que visité, me sentí como en casa, rodeada de personas que me abrieron sus puertas y me compartieron sus tradiciones.
Si estás planeando un viaje a Chiloé, mi consejo es que vayas con el corazón abierto y la mente dispuesta a sorprenderse. Esta isla tiene la capacidad de transformar a quienes la visitan, de recordarnos la importancia de las historias, los sabores y las conexiones humanas.
Así que, ¿te animas a descubrir Chiloé? Te aseguro que, como a mí, te robará el corazón.
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