top of page

La Patagonia Chilena: Un viaje al fin del mundo

  • Foto del escritor: Camila Rojas
    Camila Rojas
  • 5 feb
  • 3 Min. de lectura


Hay lugares que te llaman desde lo más profundo del alma, y para mí, la Patagonia chilena siempre fue uno de ellos. Desde que era una niña, soñaba con esos paisajes infinitos de montañas nevadas, glaciares imponentes y fiordos que parecen tocar el cielo.


La Patagonia era ese lugar lejano, casi mítico, que imaginaba como el "fin del mundo". Y cuando finalmente llegué allí, descubrí que no solo era todo lo que había soñado, sino mucho más.


Mi viaje por la Patagonia comenzó en la Carretera Austral, una ruta que serpentea entre bosques, lagos y montañas. Con mi mochila al hombro y el corazón lleno de emoción, me preparé para lo que sería una de las aventuras más increíbles de mi vida. Y, como siempre, decidí hacerlo con poco presupuesto, porque para mí, viajar no se trata de lujos, sino de experiencias auténticas.


El comienzo de la aventura: Coyhaique y sus alrededores


Mi primer destino fue Coyhaique, una ciudad pequeña pero llena de vida, rodeada de cerros y ríos cristalinos. Allí me alojé en un hostal económico donde conocí a otros viajeros que, como yo, buscaban explorar la Patagonia. Juntos, organizamos una excursión al Parque Nacional Cerro Castillo, famoso por sus impresionantes torres de granito y sus lagunas de color esmeralda. La caminata fue exigente, pero cada paso valió la pena. Cuando llegamos al mirador, el paisaje me dejó sin aliento: las montañas se reflejaban en las aguas tranquilas de la laguna, y el silencio solo se rompía con el sonido del viento. Fue uno de esos momentos en los que sientes que estás exactamente donde debes estar.


Caleta Tortel: Un pueblo de pasarelas y fiordos


Uno de los lugares que más me impactó fue Caleta Tortel, un pueblo único construido sobre pasarelas de madera. No hay calles, solo senderos que conectan las casas y los pequeños muelles. Cuando llegué, me sentí como si hubiera entrado en un cuento. Me alojé en una cabaña sencilla junto al mar, desde donde podía escuchar el sonido de las olas y el viento entre los árboles. Una noche, mientras caminaba por las pasarelas iluminadas por la luz de la luna, me encontré con un grupo de lugareños que me invitaron a compartir un mate y sus historias. Me contaron sobre la vida en este lugar remoto, sobre los inviernos largos y fríos, y sobre cómo el mar es su principal compañía. Fue una de esas conversaciones que te hacen sentir parte de algo más grande.


El glaciar Queulat: Un gigante de hielo


Uno de los momentos más emocionantes de mi viaje fue visitar el glaciar Queulat. Para llegar, tuve que hacer una caminata de varias horas a través de un bosque lluvioso, donde los árboles estaban cubiertos de musgo y el aire olía a tierra húmeda. Cuando finalmente llegué al mirador, el glaciar apareció ante mis ojos como un gigante de hielo. El sonido del hielo rompiéndose y cayendo al agua era impresionante. Me senté en una roca y me quedé allí, admirando la majestuosidad de la naturaleza. Ese día entendí por qué los glaciares son considerados tesoros naturales.


El final del camino: Villa O'Higgins


Mi viaje por la Carretera Austral terminó en Villa O'Higgins, el último pueblo accesible por tierra en la Patagonia chilena. Allí, el paisaje es tan remoto y salvaje que te sientes como en el fin del mundo. Me alojé en un camping junto al lago, donde pasé las noches mirando las estrellas y escuchando el sonido del viento. Una mañana, me uní a un grupo de viajeros para hacer una excursión en bote hasta el glaciar O'Higgins. Ver ese gigante de hielo desde el agua fue una experiencia que nunca olvidaré. El glaciar brillaba bajo el sol, y el silencio solo se rompía con el sonido del hielo cayendo al agua.


Reflexiones de una mochilera en el fin del mundo


La Patagonia no es solo un lugar, es una experiencia que te cambia por dentro. Cada día, cada paisaje, cada persona que conocí en el camino me dejó una huella imborrable.


Viajar con poco presupuesto me permitió conectarme de una manera más auténtica con la naturaleza y la gente. Acampé bajo las estrellas, cociné mis propias comidas y utilicé el transporte local para moverme. Así no solo ahorré dinero, sino que también viví la Patagonia de una manera más profunda y significativa.


Si estás pensando en visitar la Patagonia, mi consejo es que no lo dudes. Es un lugar que te desafía, te inspira y te recuerda lo pequeño que eres ante la inmensidad del mundo.


Pero, sobre todo, es un lugar que te enseña a valorar la belleza de lo simple, de lo auténtico, de lo verdadero.


Así que, ¿te animas a llegar al fin del mundo? Te aseguro que no te arrepentirás.

 
 
 

Comments


© 2035 por NÓMADA EN EL CAMINO. Creado con Wix.com

  • b-facebook
  • Twitter Round
  • Instagram - Negro Círculo
bottom of page